El periodista Danel Pereyra ha publicado un libro que se llama «Mercenarios, guerreros del imperio» en el que pretende retratar los conflictos actuales y futuros.
Hay que reconocer a un oportuista en cuanto se le ve, y este no lo es menos. En plena explosión informativa por el caso Blackwater, conviene diferenciar a los que presentando opiniones muy diversas pretenden arrojar un poco de luz sobre el tema, incluso contribuir a concienciar sobre la necesidad de regular un fenómeno que existe, y parece que no cabe otra opción que convivir con él, lo que no significa dejarse arrastrar por los deseos más íntimos de un sector, es decir, el beneficio empresarial.
Los ejércitos han empleado mercenarios a lo largo de la historia; los ejércitos han sido acompañados por civiles (hoy, contratistas) que han proporciondo aquello que los ejércitos no han podido o no han querido transportar, almacenar, reponer, etc, etc.
Lo que llama hoy la atención es, primero, la situación legal con respecto al sistema weberiano de monopolio de la violencia por parte de los estados; y lo segundo, es el dinero, el gasto, los beneficios de esta industria.
En el libro, se identifica al Imperio con los Estados Unidos, que es una potencia política mundial, nos guste o no; es una potencia militar, nos guste o no; en una organización internacional como Naciones Unidas, aporta un 25% del presupuesto regular; en los últimos 50 años, ha velado por sus intereses en Europa, y de paso, por los nuestros; nos guste o no. Su potencial económico se ha expandido, nos guste o no; y en cierta medida, marcan una líneas maestras, directrices o políticas que acaban expandiendose; nos guste o no.
Así que, si los Estados Unidos promueven la privatización de la guerra (vía economica, vía doctrina militar) acabaremos privatizando, que es bastante más que externalizar servicios periféricos de los ejércitos. Ahora, sólo cabe prstar atención a los acontecimeintos y prepararnos, desde el punto de vista jurídico, doctrinal-militar, etc. para disponer de las bases estratégicas neecsarias para afrontar lo que nos llega.
Es interesante observar como la figura de la «empresas de servicios militares» han incrementado rápidamente su valor, y debido a las aportaciones que realizan, han visto mejorada su imagen y estima. Esto no significa que el estatus legal internacional haya cambiado significativamente, algo que se debería promover para alcanzar un acuerdo internacional, mientras los estados adaptan sus políticas nacionales conforme a intereses propios o tradición jurídica.
Lo que parece que no entendemos, a pesar del numeroso contingente presente en Iraq y Afganistán, es que el proceso de concentración de la industria sajona es consecuencia de los sistemas actuales de concurso público pata acceder a estos contratos de servicios. Es decir, las empresas que no tienen un tamaño suficiente, ni tan siquiera pueden presentarse a un concurso que exige desarrollar actividades tan amplias, que no están al alcance de cualquiera. Por ello, las empresas pequeñas (y algunos oportunistas espabilados) acaban desempeñando actividades menores, en calidad de subcontratados. Lo que resulta un problema de control (administrativo) y de ejecución (reducción de la calidad) en algunas ocasiones. Estamos hablando de un contrato con Army de EEUU de 15 billones de dólares, que ha correspondido a tres grandes empresas: Fluor Intercontinental, DynCorp International y KBR, cada una con 5 billones de dólares, inicialmente.La presencia de la seguridad privada de carácter militar no es más que un fenómeno surgido de la necesidad. Cuando los estados, con sus ejércitos nacionales no son capaces de atender a las necesidades nacionales (incluidas las de sus empresas presentes en el exterior, organizaciones no gubernamentales, etc.) ni de las estructuras supranacionales (OTAN, Unión Europea, etc), el sector privado puede, y lo ha hecho, cubrir los espacios libres. Estono significa que lo haga de cualquier manera.
Por ello, conviene estar atentos y regular el sector a nivel nacional, porque sino es así, las circunstancias acabarán arrollándonos como el AVE de las 11,00 horas, y a 300 km/h. Por cierto, si quieren perder tiempo y dinero, aprovechen las vacaciones a leer el libro de la foto, pero ya están advertidos.